Por Adalberto
Nieves
Decidido en un último
impulso tomé la mascarilla conectada el cilindro de gases y la coloque sobre mi
boca y nariz, abrí la válvula que dejó escapar lentamente el gas de olor dulce
como almendras y mientras fluía hasta mis pulmones sentí como entraba en una
soñolencia que poco a poco me hacía escapar de la realidad mientras pensaba que
ese era mi fin, que mi vida hasta entonces plácida no tendría ya continuación.
Mi angustia no parecía
ser menor que la de todo el mundo a mi alrededor. Pasaban las horas y faltaba
poco para el amanecer de ese fatídico día para el que desde hace algunos años
se anunciaban calamidades y un inevitable fin de mundo, de acuerdo a las interpretaciones
de profecías y el viejo calendario Maya.
No podía controlar un
impulso muy ajeno a mi temperamento que me hacía ver una muerte por
envenenamiento con gases como la mejor manera de morir anticipadamente porque
no quería ser testigo de una destrucción masiva de todo y de todos.
Busqué desesperadamente aquel cilindro metálico, que había preparado con una mezcla de tóxicos gases, producto de mis experimentos personales en el laboratorio donde trabajaba. Lo había guardado en algún lugar, pero ahora con la tribulación del momento no recordaba con certeza dónde estaba.
Busqué desesperadamente aquel cilindro metálico, que había preparado con una mezcla de tóxicos gases, producto de mis experimentos personales en el laboratorio donde trabajaba. Lo había guardado en algún lugar, pero ahora con la tribulación del momento no recordaba con certeza dónde estaba.
Después de registrar
por todo el apartamento, al fin encontré el aparentemente inofensivo
recipiente. Dije algunas oraciones, sin estar seguro que pudieran tener algún
significado y valor ante un inminente fin, pero puse todo mi fervor en decir
mentalmente aquellas palabras que en otras épocas me acercaban a un Dios que
siempre imaginé como un ser amable.
Me acosté en la cama
fría aun desordenada de la noche anterior; encendí la televisión esperando ver
alguna imagen de lo que ocurría a esa hora, pero la programación era la misma
tediosa de todos los días. La sensación era de normalidad en el recuadro
luminoso del aparato.
Desperté de golpe, con el ruido de una alarma que sonaba cerca de mi
ventana. Abrí los ojos y sentí como sudaba copiosamente. Miré a todos lados
para terminar reconociendo las paredes de mi cuarto. Una tenue luz entraba por la ventana. Vi el reloj sobre la mesa al lado de mi cama; marcaba las
6:45 am. Se leía también la fecha: Dic 22 2012. Mi boca dibujó una nerviosa sonrisa al recordar la
pesadilla de la que acababa de despertar.
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