Por Jacqueline Ferrero
Apenas hace unos días estaban sentados los
tres en el centro del universo. Con su presencia formaban un triángulo
equilátero; el lugar olía a compasión y cielo. Afuera, el resto del mundo
seguía embebido en sus pensamientos, esculpiendo un futuro incierto, imaginando
enmiendas para un pasado ultrajado y observando a un presente que no daba
elección. Se preparaban para romper las cadenas que controlan la conciencia,
haciendo “una” su creencia y su fe. A partir de ahí se abrirán las puertas que
enjaularon al hombre en si mismo, borrando del alma las estériles huellas de
tiempos pasados.
Más tarde, en el ocaso del día, reinará la
desnudez como en el origen de la humanidad y tal libertad dejará sin piel al
libre albedrío; esto permitirá apartar a aquellos que saben la diferencia entre
el bien y el mal, de los que siguen sumergidos en su interna confusión
albergando al ego como protagonista de su ávido placer.
El padre extendió sus manos hacia adelante
diciendo “Volverá a reinar el amor como única verdad y todo ser estará
conectado a la unidad. Pocos quedarán para reconstruir la nueva era y poner en
práctica la impronta de la conciencia universal; el resto vendrá a mí para
purificar su alma de los miopes y atávicos siglos de miedo y desidia”.
El hijo alargó sus brazos y dijo “Hoy se
moverá la tierra para una nueva cosecha, donde seremos hermanos en unidad con
la vida y el conocimiento absoluto. El hombre siempre tuvo la libertad de
escoger, de elegir entre ser y no serle fiel a la certeza que nació dentro él, atento
o sordo a la voz que clama en su interior y llegó la hora de verse en el espejo
de dicha verdad, llegó el momento de dar por bien lo recibido, amar sin
condición a la tierra, la vida y al creador, siendo uno y todos a la vez”.
Por último habló la madre y dijo “Tomaré de
la mano cada corazón renacido y emprenderé sin memoria el nuevo camino, fiel al
proceso de reconstrucción donde la unidad y su luz sea lo único que habite.
Natura, espacio y contenido brotarán de mi vientre para llenar los vacíos y regaré
de amor la virgen orbe que hoy comienza”. Cerró los ojos y extendió sus manos
sobre las otras formando una estrella de tres puntas; de esta creció un
resplandor blanco que colmó la nada, quedando sólo luz y oquedad.
Renació el día y la noche, el viento, la
tierra, las aguas y los verdes bosques, la fauna libre, el cantar de las
aves y los luceros, pasaron los siete días y sus noches, viajando a través del
proceso inverso a la destrucción. Al final del séptimo día se dio por concluida
la obra creadora: el cielo, la tierra y el nuevo habitante, habían renacido:
28.12.2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario