viernes, 4 de mayo de 2012

La unidad



Por Jacqueline Ferrero


Apenas hace unos días estaban sentados los tres en el centro del universo. Con su presencia formaban un triángulo equilátero; el lugar olía a compasión y cielo. Afuera, el resto del mundo seguía embebido en sus pensamientos, esculpiendo un futuro incierto, imaginando enmiendas para un pasado ultrajado y observando a un presente que no daba elección. Se preparaban para romper las cadenas que controlan la conciencia, haciendo “una” su creencia y su fe. A partir de ahí se abrirán las puertas que enjaularon al hombre en si mismo, borrando del alma las estériles huellas de tiempos pasados.

Más tarde, en el ocaso del día, reinará la desnudez como en el origen de la humanidad y tal libertad dejará sin piel al libre albedrío; esto permitirá apartar a aquellos que saben la diferencia entre el bien y el mal, de los que siguen sumergidos en su interna confusión albergando al ego como protagonista de su ávido placer.

El padre extendió sus manos hacia adelante diciendo “Volverá a reinar el amor como única verdad y todo ser estará conectado a la unidad. Pocos quedarán para reconstruir la nueva era y poner en práctica la impronta de la conciencia universal; el resto vendrá a mí para purificar su alma de los miopes y atávicos siglos de miedo y desidia”.

El hijo alargó sus brazos y dijo “Hoy se moverá la tierra para una nueva cosecha, donde seremos hermanos en unidad con la vida y el conocimiento absoluto. El hombre siempre tuvo la libertad de escoger, de elegir entre ser y no serle fiel a la certeza que nació dentro él, atento o sordo a la voz que clama en su interior y llegó la hora de verse en el espejo de dicha verdad, llegó el momento de dar por bien lo recibido, amar sin condición a la tierra, la vida y al creador, siendo uno y todos a la vez”.

Por último habló la madre y dijo “Tomaré de la mano cada corazón renacido y emprenderé sin memoria el nuevo camino, fiel al proceso de reconstrucción donde la unidad y su luz sea lo único que habite. Natura, espacio y contenido brotarán de mi vientre para llenar los vacíos y regaré de amor la virgen orbe que hoy comienza”. Cerró los ojos y extendió sus manos sobre las otras formando una estrella de tres puntas; de esta creció un resplandor blanco que colmó la nada, quedando sólo luz y oquedad.

Renació el día y la noche, el viento, la tierra, las aguas y los verdes bosques, la fauna libre, el cantar de las aves y los luceros, pasaron los siete días y sus noches, viajando a través del proceso inverso a la destrucción. Al final del séptimo día se dio por concluida la obra creadora: el cielo, la tierra y el nuevo habitante, habían renacido:     28.12.2012.

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