Por Gonzalo Paredes
La
nebulosa multicolor se veía desde lejos, flotaba en medio del espacio sideral y
brillaba iluminada por su propia energía. Era el Museo del Apocalipsis. Viajamos a través de universos
paralelos para visitar la era anterior, la de Piscis.
Al entrar,
un cono de luz nos llevó a un campo de batalla; se oían cáligas, caballos,
trompetas, elefantes, choques metálicos y gritos; entre el polvo avanzaba un
águila dorada conquistando territorio, hacia Bretaña y hasta la India, un
imperio nuevo, el Romano. Dentro de sus fronteras se oía la voz de los
profetas. Poncio Pilatos crucificaba a Jesús, que vino a redimir al hombre, a
promulgar su doctrina de igualdad, amor al prójimo y de resurrección al mundo
eterno.
Cinco
siglos después el arcángel Gabriel llevaba el mismo mensaje en boca de Alá, al
mundo árabe, a Mahoma, profeta que extendió la fe desde España hasta el río
Indo.
Los
imperios espirituales se infiltraron dentro de todo el mundo antiguo ante
la reafirmación de un dios único con un paraíso eterno después de la muerte.
Burbujas
recubiertas con cantos de juglares nos transportaron a colinas bordeadas de
ríos; era la edad media, con ruido de mandarrias, de sierras y de ciencias,
para edificar castillos, urbes y armas que protegiesen los feudos ante las
invasiones de los hunos, los mongoles y los otomanos ansiosos de ampliar sus
fronteras. La fe
convertida en filosa espada zanja un abismo, la guerra santa en Jerusalén.
Naves
zarpan en busca de mejorar las economías europeas, colonizan un nuevo mundo, América.
Dejan una estela de sangre africana. Aniquilan dioses y culturas hasta que se
oyen gritos de guerra para reconquistar la libertad arrebatada.
Una niebla
ferrosa y cromada nos rodea con los chirridos de la revolución industrial; es
el nacimiento de los avances tecnológicos del capitalismo; es una carrera
frenética y sin conciencia contaminando las aguas y el medio ambiente
desequilibrando al planeta. Es un materialismo anárquico. La fe y el amor
al prójimo se difuminan en un eco cada vez más lejano y débil.
Una total
oscuridad repentina y un tronar aterrador nos envuelve; un planeta ígneo
se nos encima, nos sumerge en un cataclismo; era el 21/12/12. Se retuerce la
tierra y detiene su girar: tres días de diluvios, oscuridad, ovnis, muerte y
destrucción señalaron la senda de la resurrección prometida, del nuevo ser crístico
integrado a la universalidad; luz viva de la verdad, de la nueva era, la de
Acuario.
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