domingo, 6 de mayo de 2012

Museo del apocalipsis



Por Gonzalo Paredes


La nebulosa multicolor se veía desde lejos, flotaba en medio del espacio sideral y brillaba iluminada por su propia energía. Era el Museo del Apocalipsis. Viajamos a través de universos paralelos para visitar la era anterior, la de Piscis.

Al entrar, un cono de luz nos llevó a un campo de batalla; se oían cáligas, caballos, trompetas, elefantes, choques metálicos y gritos; entre el polvo avanzaba un águila dorada conquistando territorio, hacia Bretaña  y hasta la India, un imperio nuevo, el Romano. Dentro de sus fronteras se oía la voz de los profetas. Poncio Pilatos crucificaba a Jesús, que vino a redimir al hombre, a promulgar su doctrina de igualdad, amor al prójimo y de resurrección al mundo eterno.

Cinco siglos después el arcángel Gabriel llevaba el mismo mensaje en boca de Alá, al mundo árabe, a Mahoma, profeta que extendió la fe desde España hasta el río Indo.
Los imperios espirituales se infiltraron dentro de todo el mundo antiguo ante la reafirmación de un dios único con un paraíso eterno después de la muerte.

Burbujas recubiertas con cantos de juglares nos transportaron a colinas bordeadas de ríos; era la edad media, con ruido de mandarrias, de sierras y de ciencias, para edificar castillos, urbes y armas que protegiesen los feudos ante las invasiones de los hunos, los mongoles y los otomanos ansiosos de ampliar sus fronteras. La fe convertida en filosa espada zanja un abismo, la guerra santa en Jerusalén.

Naves zarpan en busca de mejorar las economías europeas, colonizan un nuevo mundo, América. Dejan una estela de sangre africana. Aniquilan dioses y culturas hasta que se oyen gritos de guerra para reconquistar la libertad arrebatada.

Una niebla ferrosa y cromada nos rodea con los chirridos de la revolución industrial; es el nacimiento de los avances tecnológicos del capitalismo; es una carrera frenética y sin conciencia contaminando las aguas y el medio ambiente desequilibrando al planeta. Es un materialismo anárquico. La fe y el amor al prójimo se difuminan en un eco cada vez más lejano y débil.

Una total oscuridad repentina y un tronar aterrador nos envuelve; un planeta ígneo se nos encima, nos sumerge en un cataclismo; era el 21/12/12. Se retuerce la tierra y detiene su girar: tres días de diluvios, oscuridad, ovnis, muerte y destrucción señalaron la senda de la resurrección prometida, del nuevo ser crístico integrado a la universalidad; luz viva de la verdad, de la nueva era, la de Acuario.

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