domingo, 6 de mayo de 2012

Noche ígnea



Por Gonzalo Paredes


Los ojos azules estaban abiertos hacia el convulsionado cielo; en sus iris tenían grabada la cruz lumínica; fue la última imagen que captó Eulogio antes de morir. Todo a su alrededor estaba pintado con las huellas rojizas de los últimos tres días funestos: cadáveres, ruinas y destrucción era lo que quedaba. La tierra se vistió en turbia devastación y sangraba ajenjo en sus aguas.

Eran diez para las doce de la noche del viernes 21; estábamos abstraídos escuchando música y tomando unos tragos cuando un estruendo envolvente estalló desde el cielo. Era el canto siniestro del apocalipsis; todos pensábamos que era el fin. Las paredes de la casa se dilataban como pulmones al respirar. Afuera un diluvio y una tenebrosa obscuridad abrazaron al mundo mientras todo era desconcierto. Por las ventanas se filtró un rayo rojo impregnándolo todo y cegándonos. El terror nos paralizó, no entendíamos lo que sucedía. El zumbar de ovnis rajaba el espacio dejando estallidos, clamor y muerte a su paso. Era aterrador, un caos inimaginable en efervescencia.

Afuera se veían pasar sombras, imágenes de seres gigantes exhalando gases persiguiendo a los humanos y aniquilándolos sin misericordia. Eran seres de un mundo paralelo destructivo que nos venían a invadir y exterminar.

Ahmed, Zulay, Alexandra, Sara y Eulogio se fueron después de esas ocho horas interminables que duró el cataclismo, a pesar que les dijimos "no se vayan ahora, los alienígenas están cazando humanos, tenemos alimentos e iluminación suficientes para varios días, y aquí en esta edificación estaremos muy  seguros. Debemos rezar con fe el rosario hasta que todo pase".

Abraham se rio y nos dijo "las profecías que circulan son puras mentiras, todo es una casualidad, no crean en esas tonterías, y no tengan miedo de salir. Las sombras son de soldados que llegaron para socorrer y evitar saqueos. Si se quedan encerrados aquí seguro morirán; hay que irse ya".

Al final del hecatombe salimos; nuestros amigos estaban frente a la casa, muertos y petrificados. Avanzaron tan solo unos metros. Los Anunnakis volvieron después de 3600 años para poner orden al caos: contaminación, guerras, inconsciencia y materialismo salvaje. Esto no fue lo planificado para nuestra raza; nos desorientamos, no fuimos capaces, había que depurarnos.

El zumbido de la luz se oía envolviéndolo todo, era el tañido de la nueva era profetizada: de la elevación, de la fraternidad, la armonía y la verdad.


A lo lejos las naves apocalípticas se fundieron al infinito para más nunca volver.

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