Por
Gonzalo Paredes
Los ojos azules
estaban abiertos hacia el convulsionado cielo; en sus iris tenían grabada la
cruz lumínica; fue la última imagen que captó Eulogio antes de morir. Todo a su
alrededor estaba pintado con las huellas rojizas de los últimos tres días
funestos: cadáveres, ruinas y destrucción era lo que quedaba. La tierra se
vistió en turbia devastación y sangraba ajenjo en sus aguas.
Eran diez para las
doce de la noche del viernes 21; estábamos abstraídos escuchando música y
tomando unos tragos cuando un estruendo envolvente estalló desde el cielo. Era
el canto siniestro del apocalipsis; todos pensábamos que era el fin. Las
paredes de la casa se dilataban como pulmones al respirar. Afuera un diluvio y
una tenebrosa obscuridad abrazaron al mundo mientras todo era desconcierto. Por
las ventanas se filtró un rayo rojo impregnándolo todo y cegándonos. El terror
nos paralizó, no entendíamos lo que sucedía. El zumbar de ovnis rajaba el
espacio dejando estallidos, clamor y muerte a su paso. Era aterrador, un caos
inimaginable en efervescencia.
Afuera se veían
pasar sombras, imágenes de seres gigantes exhalando gases persiguiendo a los
humanos y aniquilándolos sin misericordia. Eran seres de un mundo paralelo
destructivo que nos venían a invadir y exterminar.
Ahmed, Zulay,
Alexandra, Sara y Eulogio se fueron después de esas ocho horas interminables
que duró el cataclismo, a pesar que les dijimos "no se vayan ahora, los
alienígenas están cazando humanos, tenemos alimentos e iluminación suficientes
para varios días, y aquí en esta edificación estaremos muy seguros.
Debemos rezar con fe el rosario hasta que todo pase".
Abraham se rio y nos
dijo "las profecías que circulan son puras mentiras, todo es una
casualidad, no crean en esas tonterías, y no tengan miedo de salir. Las sombras
son de soldados que llegaron para socorrer y evitar saqueos. Si se quedan
encerrados aquí seguro morirán; hay que irse ya".
Al final del hecatombe
salimos; nuestros amigos estaban frente a la casa, muertos y petrificados.
Avanzaron tan solo unos metros. Los Anunnakis volvieron después de 3600 años
para poner orden al caos: contaminación, guerras, inconsciencia y materialismo
salvaje. Esto no fue lo planificado para nuestra raza; nos desorientamos, no
fuimos capaces, había que depurarnos.
El zumbido de la
luz se oía envolviéndolo todo, era el tañido de la nueva era profetizada: de la
elevación, de la fraternidad, la armonía y la verdad.
A lo lejos las naves apocalípticas se fundieron al infinito para más nunca volver.
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