lunes, 3 de junio de 2013

Finisterre


Por Alberto Antonio Vásquez Indriago

Yo, Sir Alberto de Catia, Lord de Altavista y San Pedro, de la gran Santiago de León de Caracas, quien ha cabalgado por el mundo, aunque solamente en mi condado me conocen, he decidido partir hoy mismo para llegar el mismísimo día…

Es 25 de julio, iré hasta el antiguo donde non plus ultra.

Ese punto donde mis ancestros adoraban la muerte y resurrección del Sol… hasta que el nuevo dios se apropió del rito y la tradición…

Vistosos adornos el corcel y sencilla vestimenta el caballero llevan rumbo al norte del creciente…

Densa neblina, brillante como la plata los cobija prontamente desapareciendo al parpadeo… Es hermoso el paisaje que se presenta ante sus ojos…

Un populoso cortejo peregrina a larga distancia de mi llegada (el Rey Alfonzo II de Asturias). Llevan rumbo a Compostela, al cementerio en donde una estrella y coros de ángeles han señalado que se encuentran los restos de Santiago Apóstol.

Continúo mi rumbo por el camino y más allá: a cumplir la purificación que ritualizaban mis antepasados: bañarme en la playa, quemar mi ropa de caminante (a caballo) y sentarme a ver la puesta en el horizonte…

Entre nubes y luces he visto como ejecutan a un condenado. Su cabeza ha caído. Su cuerpo traído desde lejanas tierras es enterrado en un cementerio boscoso. Las nubes se transforman para contar la historia. Se convierten en la iglesia en donde miles de peregrinos lo adoran en confusión con el discípulo mencionado…

A una hermosa dama he contado mi visión: - Es el obispo Prisciliano, acusado de hereje por sus iguales…

Vuelve la neblina y de la misma manera se disipa. Rostros alegres en mi regreso y en el de ellos. Báculos, botellas plásticas de agua, morrales, algunos sus vieiras y su fe renovada…

Ya estoy en mi castillo. Cómodamente en la “perezosa”, con una jarra de espumoso y dorado néctar que no sé si Baco ha disfrutado.

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