Por
Manuel A. Hernández Giuliani
El
cielo brillaba sin alteración sobre la pradera. Un camino rural adornaba la
vista desde el horizonte hasta pasar por el frente de la calzada de la casa, la
única por esos lares continuando hasta perderse de nuevo detrás de la ladera.
Aquel
día el silencio se vio interrumpido por un zumbido lejano y ajeno al lugar. Rápidamente
se acercaba siguiéndole una polvareda desordenada que el sol no lograba
penetrar. Justo un instante antes de pasar al frente de la casa la máquina se
detiene intempestivamente sin dejar opción a que la capa de polvo dorado se
detenga.
Tras
la espesa nube y el sonido monótono de una ventana eléctrica que bajaba se dejó
escuchar una voz entre las risas de varios jóvenes, oiga viejo ¿es éste el camino hacia Santiago? El viejo
entrecerrando los ojos e intentando determinar a quién le
pertenecía la voz dejó escapar su respuesta con un solo movimiento de cabeza.
El
júbilo se apoderó dentro la máquina y ésta empezó a rugir furiosa esperando
continuar su camino.
La
voz dentro de la máquina insistió ¿Qué tan lejos estamos? El viejo, mientras le
retiraba el polvo a su arrugado y digno saco de antaño, observa con
detenimiento cada rostro dentro de aquella máquina, luego de una pausa y
esperando que los jóvenes dejaran de reír eufóricos les espetó ¡que importa
cuán lejos está Santiago de Compostela si estáis yendo en coche!
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