miércoles, 22 de febrero de 2012

La llegada de los lirios

Por Raymar A. Lara García 


La cercanía a la fecha lo ponía nervioso. Faltaban minutos para el día donde todo se iniciaba: el 21 de diciembre. Cada vez que llegaba esa noche sentía un impulso muy poderoso de repetir su conducta del año anterior sin importar que todo lo que hacia durante el año era tratar de suprimir su deseo. Este año sería diferente.


Nadie parecía poder detenerlo pero tenía esperanzas de que todo llegará a su final: su pasado junto con toda la humanidad.


Cada año el ritual se volvía más sofisticado. En la víspera del 21 de diciembre, compraba lirios blancos, manejaba hacia el cementerio y sobre cada una de las tumbas -este año siete en total- colocaba una flor comenzando por la de Emilia Blanco (1979-2005), hasta llegar a Ana Morales (1983-2011). Año tras año se maravillaba en ver como las personas acogían la muerte de diferentes formas. Unas elegían olvidar y dejaban las tumbas desiertas hasta que el tiempo borraba la información esculpidas en las lápidas. Otros preferían asistir siempre, como si el encuentro con esa laja de piedra fuera una reunión con el ser amado. Observar esto año a año lo revalorizaba.


Era su consuelo, no importaba lo que hicieran las familias: el nunca olvidaba. Luego de dejar las flores partía, esperaba hasta la Navidad para sumar una nueva piedra al jardín. Los lirios descansaban envueltos en periódicos, los tomó y subió a su carro. Las calles estaban vacías sin embargo manejó despacio hacia el cementerio. Siempre se regocijaba de la poca seguridad del lugar. Dejó su carro a la entrada y cruzó el gran portón con las flores en la mano. El recorrido era largo y casi no podía contener la emoción de ver su obra nuevamente un año después.


Llegó a la primera, colocó la flor y continúo hacía las otras. La penúltima estaba abandonada, la chica no tenía familia. Sostenida el último lirio cerca de su estómago, caminaba lentamente hacía su última parada aunque sentía deseos de correr: vería que clase de personas se ocupan de Ana después de muerta. Al llegar, sintió como una corriente eléctrica le recorrió toda la columna vertebral. Ya había un lirio sobre la lápida. Miro a su alrededor y no vio a nadie. No se escuchaba nada que no fueran las hojas de los árboles movidas por la brisa. Volvió a sentir escalofríos pero esta vez sintió como algo cálido bajaba por su estómago y teñía de rojo el lirio blanco: él 21 de Diciembre de 2012 si fue el final después de todo.

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