miércoles, 22 de febrero de 2012

Fin de mundo

Por M. A. Hernández G. 



Debía apurarme. No quería que mi esposa empezara a reclamar mi retraso. Yo siempre esperaba hasta el último momento para bañarme. Sin embargo, la afeitadora esperaba su turno. La ocasión ameritaba, según ella, una presencia impecable.

El pequeño espejo dentro de la ducha tenía algunas manchas de la última vez que me había afeitado. Éste ya empezaba a humedecerse con el vapor caliente del agua que salía de la regadera. Mi rostro se desvaneció en aquel espejo opaco y aproveché para poner un poco de agua caliente y espuma de afeitar sobre mi barba de tres días.

Tras apartar un poco la humedad del espejo, la afeitadora de tres hojillas inició sin piedad su labor sobre la espuma y debajo de ella los pelos cedían.

Mi piel morena estaba quedando limpia y un poco pálida comparada al resto de mi rostro. Poco le importó a la afeitadora los pequeños rastros de sangre que dejaba a su paso, ella sin inmutarse hacía su trabajo.

Con el rostro de nuevo despejado, me encontraba observando aquel desconocido que aparecía de vez en cuando y en cada misa de domingo, boda, bautizo u otro evento familiar que ameritaba que éste apareciera. Ese día fue distinto.

En mi patilla izquierda aquello se dejaba observar sin vergüenza. Me enjuagué los ojos para ver si era un espejismo o un juego de mi mente. Pero no, seguía ahí. Platinado y reluciente. Los mayas tenían razón, este año se acaba el mundo, me salió mi primera cana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario