Por Manuel A. Hernández Giuliani
Jacinta observa a su prima venir jadeando un ramillete de palabras sobre el rumor que enloquecía a los pobladores.
—Mija, escuché que un general vino de la capital, dicen que va a abolir la esclavitú. ¡Vamos a escucharlo Jacinta la o! que va a leer su manifiesto ahora mismo en el cerro El Vigía.
—Ya voy Rosa la o, mira que tengo que prepará un encargo mija —tomó un trapo de color arena, lo estiró sobre el suelo y arrojo varios puñados de granos, lo suficiente para no rebasar los bordes, ató las puntas al centro formando un bulto que pudiera cargar las cuatro esquinas que debía caminar. Acompañó a su prima al mirador, con la frente sudorosa y su encargo a cuestas subió la empinada pendiente del cerro.
Jacinta llegó a tiempo para escuchar al general con atención, ese hombre era imponente no por su tamaño, pensó, sus palabras le llegaron al corazón: “...Yo os juro, amados compatriotas, que este augusto título que vuestra gratitud me tributó cuando os vine a arrancar las cadenas, no será vano...”, miró el paquete y tomó su decisión, el encargo podría esperar.
Caminó sigilosamente entre la multitud, se las arregló para que nadie la pudiera ver, su menuda figura le ayudaba a pasar entre los aristócratas sin ser percibida. Llega ante él, se acerca respetuosamente mientras unos lanceros furiosos le impiden el paso, el general la divisa y da una señal con la cabeza, éstos la dejan pasar. Extiende su mano diciéndole “ven muchacha, que ocurrencia os trae ante mi presencia”.
—Mi general, le traigo un presente de mi tierra, pa’ que lo acompañe en sus viajes. Yo recogí el grano con mis manos cuando estaba maduro en su punto. Le saqué su conchita pa’ despué lavarlo. Lo extendí al sol pa’ secalo. Es pa’ usté, le puede durá un mes si lo usa con jucio.
El general recibe el bulto, de la joven y sumisa campesina, acercándolo a su nariz. Con los ojos cerrados logra percibir su fragancia inconfundible; el suave perfume tostado; la esencia afable de la verdad; el sol, la tierra y la lluvia siendo uno dentro de aquel modesto envoltorio. Intentó agradecer a la muchacha, Jacinta ya se había marchado. El gesto le representó todo por lo que estaba luchando. Al día siguiente Simón Bolívar partió hacia Cartagena, no antes de haber tomado un poco de la infusión hecha con el café que el pueblo de Carúpano le regaló.
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