Por Jacz Nil Admirari
- Recorre
el camino - me dijiste.
- Pero
me da miedo recorrerlo - contesté.
- ¿A
que le temes? - dijiste mientras me mirabas curioso y con cierta ternura
paternal.
- Tengo
miedo a equivocarme. A errar en mi elección - respondí mientras pensaba si era
exactamente eso a lo que le temía.
- Escoge
cualquier camino. Si tienes suerte, errarás. Si no tienes tanta suerte,
escogerás el correcto.
Y
mientras decía estas palabras terminó de apartar la vista y ahora observaba el
paisaje, no sé si preparaba su siguiente respuesta, o si la buscaba en el
horizonte.
Reflexioné
lo más rápido que pude, no deseaba que la conversación perdiera ritmo, o que
esa energía que sentía fluir entre el vaivén de las palabras, en la armonía de
la interrupción del silencio, se disipara. Deseaba entender, y en eso me di
cuenta que lo que decía no tenía sentido.
- Creo
que lo dijiste al revés -le dije-, querrás decir que si tengo suerte escogeré
el correcto, y si no tengo tanta suerte, escogeré el incorrecto.
Giró
la cabeza de vuelta y me miró fijamente, aún con ternura paternal. Saltó su
mirada entre mis ojos y luego giró la cabeza por segunda vez diciendo:
- Lo
dije correctamente.
La
duda me asaltó.
- Debes
escoger cualquier camino y recorrerlo - me dijo-. Si así hiciereis, al recorrerlo
irás aprendiendo, observando, sintiendo, y si tienes suerte, errando, y si así
ocurriese, a su tiempo te darás cuenta que no era el camino que deseabas
recorrer, y entonces sabrás que era el otro el que realmente anhelabas, con
certeza, sin lugar a dudas, y te habrás dado la oportunidad de haber realizado
algo nuevo, y un camino se habrá abierto para ti, aunque no sea el momento de
ir por ahí. Si escogieses el correcto, ese será el único camino que recorras, y
tus opciones se habrán limitado, sólo un camino conocerás; errando tendrás la
oportunidad de recorrer varios.
Reflexioné
en sus palabras. Al terminar de hablar no hizo mayor gesto, no respiró
profundo, no miró al horizonte, ni levantó el pecho, ni su mano se posó en mi
hombro. Sólo volteó la cabeza y comenzó a alejarse; a los pocos segundos sentí
que no pensaba volver, así que le espeté:
- ¿No
piensas despedirte?
- ¿Y
para que me voy a despedir de alguien a quién me voy a topar a cada rato? – contestó.
- ¿Y
cuando comienzo a recorrer el camino? - pregunté, ya en voz alta.
Se
detuvo un momento, volteó hacia mí, aún en la distancia, y me sonrió:
- Ya
lo estás haciendo - me dijo.