jueves, 14 de febrero de 2013

Una promesa


Por Beatriz García

Jacobo pensaba para sus adentros en lo difícil que había sido llegar hasta allí. Todo lo que le había costado esa larga caminata, las interminables noches estrelladas de espera, el tortuoso andar a través de los distintos caminos.

Él iba bien preparado; un morral de excursionista, bolsitas plásticas con frutos secos, botellas de agua que con suerte llenaba en cada pueblito, su bolsa de dormir, linternas y apenas algo de ropa. Consciente con éste viaje de que pocas cosas eran realmente esenciales en su vida.

Vítores por ésta decisión…Contra todos. Iba caminando solo por el Camino de Santiago; todo ese trabajo, toda esa fatiga por la promesa ofrecida esa noche fatídica:

Sentía dolor, ardor en los ojos ahora cubiertos con ese trapo de tela ordinaria y hediondo; tenía el cuerpo entumecido por las horas en la misma posición.

Nadie le hablaba, desde hacía varias horas lo habían tirado en la esquina. Lo agarraron descuidado bajándose de su carro, en la puerta de la Iglesia un domingo.

Supo lo que le sucedería en el instante en que los vio pero no tuvo tiempo de reaccionar.

Jacobo los había mirado a los ojos. Ellos le hicieron subirse al carro y luego de propinarle el respectivo cachazo en la nuca lo dejaron allí tirado en el asiento.

Perdió por unos segundos la conciencia. Divagó en su mente por horas sin parar, tenía que salir con vida. Se hizo la promesa.
Escuchaba voces desconocidas, algún perro ladrando lejos, música en la radio, ruidos diversos como de movimiento apurado, desesperado, desordenado.

Trató de concentrarse en una sola voz. Decían “¿y  éste viejo está vendido?”, pánico, “¿y la familia va a pagar?”, un respiro, “¿éste sale?”, ¿alivio? Tristeza, desesperanza.

Le quitaron el vendaje no sin antes amenazarle de muerte restregando la punta del arma en su cara, helada, dura, unos cuantos golpes más o menos.

 - Si nos vuelves a mirar te quebramos - le dijo uno.

Ese fatal  domingo salió de su casa en contra de los deseos de su esposa. Iba a misa, que ironía, cómo era posible que Carolina le replicara por esa salida. Iba a darle gracias a Dios y a Santiago por todas las bendiciones recibidas y por la posibilidad de hacer aquel viaje tan hermoso que estaba planeando.

Lo dejaron descalzo a un lado de la autopista. Estaba vivo. Tres meses después el camino de Santiago ya no lo abandonaría más, era una promesa cumplida. Lo seguiría en su memoria día a día, con cada paso, tras cada respiro.