lunes, 29 de diciembre de 2014

En el país de las maravillas

Por Astrid V.

Estaba durmiendo tan plácidamente que sus sollozos me resultaron molestos; abrí los ojos a duras penas y todo lo que alcancé a ver fue una mata de cabello rubio que se sacudía suavemente tras cada nuevo gemido. Me levanté estirándome perezosamente entre los rosales y de un salto me ubiqué a su lado. No era que tuviese deseos de meter mis narices en lloriqueos de adolescentes, pero pensé que quizás podría burlarme un poco de ella.

- ¿Qué te sucede, Alicia? –inquirí con fingida inocencia.

La chica se sorbió la nariz y dirigió su mirada de color cobalto hacía mí que como de costumbre jugueteaba haciendo aparecer y desaparecer las rayas de mi lomo.

- Tengo miedo Cheshire –dijo ella con evidente susto– de que el fantasma de lo común me visite, y se apodere de mi alma.
- ¿Por qué iba a pasar eso, niña?

Se puso de pie sin quitar la vista del horizonte, mientras se alisaba el trozo de ópalo con el que se vestía.

- Quieren obligarme a casarme con el hijo de una familia rica.

Ronroneé, yo no le veía nada de malo: tendría mucho dinero, joyas y vestidos,¿no eran esas cosas las que adoraban los humanos? Pero cuando puse mis ideas en palabras, ella se cruzó de brazos y frunció el entrecejo.
- No quiero nada de eso. Yo deseo ser diferente al resto de las personas...
- Pero niña… –Solté una risita– hay muchas rubias tontas y confundidas en el mundo.

Alicia abrió la boca con intenciones de responder, pero una oleada de viento helado nos sacudió a ambos; me ericé con desagrado y luego desaparecí dejándola sola. La observé girarse mientras se llevaba las manos al pecho, entre tanto las rosas alrededor se cubrieron de una suave escarcha.

Pasados unos segundos la figura brumosa de un hombre en apariencia calvo y de aspecto más bien lamentable se acercó a ella con una mano extendida: claramente sus miedos respecto al fantasma no eran infundados. Presa del pánico, Alicia retrocedió de golpe chocando con el banco donde había estado sentada y cayendo de espaldas al otro lado.

- ¡Cheshire! Ayúdame por favor.

Todo lo que pude hacer fue reír mientras el hombre murmuraba palabras que no alcanzaba a comprender. No fue intencional, pero el sonido de mi risa bañó los alrededores, dándole un aire mucho más aterrador al ambiente.

- Estimada Alicia –dije saltando de un lado a otro hasta interponerme entre el fantasma y ella-, ¿qué es azul con gris y está sentado frente a ti?

Me hice visible de golpe sonriendo de oreja a oreja, como era mi costumbre cuando estaba disfrutando de una situación que parecía desagradar al resto.
- Tú Cheshire, tú eres azul y gris… y te encuentras frente a mí.

El fantasma detuvo su avance, me admiró unos segundos y luego con un chillido ensordecedor desapareció, sin dejar más rastro que cientos de flores llenas de roció. Tras aquello Alicia suspiró y torpemente se puso de pie.

- Gracias por salvarme.
- Niña tonta, te has salvado tu misma.

Me miró como si no comprendiera a qué me refería. Bufé comenzando a desvanecerme, quería ir a echar otra siesta.

- ¿No te has dado cuenta? Eres diferente, Alicia… después de todo ¿Cuántas personas conoces que puedan hablar con un gato?



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